viernes, septiembre 29, 2017

Negociar con uno mismo

Negociar con uno mismo

Cuando algo nos produce malestar y debemos encontrar y poner en práctica soluciones, no siempre nos apetece dar los pasos necesarios para llevarlas a término. Pongamos algunos ejemplos cotidianos: “mi jefe espera que acabe de encuadernar hoy un documento, pero lo voy posponiendo para la tarde, porque me aburre la tarea”, “tengo que ir al dentista a que me revise una caries, pero cada semana me digo que lo haré y siempre lo dejo un poco más”, “tengo que ir a prepararme la comida, me digo que voy a ir enseguida, pero como estoy acabando una tarea con el ordenador cada cinco minutos negocio conmigo otros cinco minutos más”; ante una ruptura de pareja: “sé que no tengo que llamar a Pepe. El me pidió tiempo, pero lo echo tanto de menos que le voy a poner un mensaje para saber cómo le va”.
Es un hecho que cuanto más negocias hacer o no una determinada tarea, los estados de alerta a nivel emocional y físico tienden a dispararse. No poder comprometerse definitivamente con una de las opciones de las que disponemos favorece la esperanza de poder evitar pasarlo mal.
El deseo de negociar con uno mismo crece especialmente en las situaciones en las que tenemos que resolver algo. Desde el punto de vista del psicólogo clínico, más en concreto desde la terapia psicológica, son muchas las tareas que se proponen a los pacientes para que superen sus miedos, ansiedades, o tristezas… Se busca que cada persona conozca cuáles parecen ser los mejores caminos para conseguirlo, pero no siempre tienen la motivación para afrontarlo. Es muy importante para alcanzar las metas propuestas que no haya demasiadas negociaciones con uno mismo. Si no se está del todo convencido de que merece la pena afrontar la sensación de malestar para conseguir después un beneficio, es preferible no exponerse demasiado a las situaciones que bloquean. Lo más habitual es que las sensaciones negativas se disparen y que se produzca una mala interpretación de lo que ha ocurrido: “nunca lo voy a conseguir”, “soy incapaz de hacerlo”, “esto es imposible”… En estos casos lo normal es que el propio proceso de decisión sobre si lo hago o no, sea el que potencie las sensaciones de alerta, impotencia y fracaso.
Es importante tener cuidado con las negociaciones internas y calibrar bien el nivel de malestar que nos produce. Entenderlo ayudará a comprometerse con las soluciones o alternativas elegidas y favorecerá el estado de calma.
Como tantas veces se observa en psicología, el obtener un alivio a corto plazo determina muy a menudo la toma de una decisión. Si no se ve claramente el perjuicio, o el alivio es muy grande, se opta frecuentemente por esta opción. La opción de estar mal primero para después estar mejor, suele ser menos apetecible.
Por tanto el poder tomar decisiones sobre afrontar o no una situación, junto con las características de personalidad obsesiva, pueden potenciar sobremanera los bloqueos, favoreciendo que la mejor opción ante un problema sea la de procrastinar. Aprovecho para recordar la definición de esta palabra: deja para mañana lo que puedas hacer hoy. Es un lema que se potencia mucho en aquellos que sólo quieren tomar decisiones cuando se garantizan que las consecuencias de sus actos no van a ser negativas. No tiene que ser una actitud de evitación generalizada en la vida, pero en las áreas en las que resulte más complicado asumir determinados riesgos será muy frecuente procrastinar y negociar con uno mismo. Cuanto más racional sea la persona que procrastina, más argumentos necesitará darse para permitirse no tomar la decisión y no verse desbordado por la culpa.
Las dificultades para tomar decisiones, los miedos sobre sus consecuencias a menudo llevan a las personas a dejar que las decisiones se alarguen en el tiempo, pudiendo hacer interpretaciones como la de que ha sido la mala suerte la que ha precipitado que las cosas fueran de una determinada manera.

Tomado de: http://gabinetedepsicologia.com/negociar-con-uno-mismo-psicologos-madrid-tres-cantos