viernes, octubre 14, 2016

LA MENTIRA


Entre la necesidad y el fraude

Todos, en mayor o menor medida, por acción o por omisión, mentimos. Lo hacemos en la medida que no decimos lo que pensamos o que decimos lo que no pensamos o no sabemos, o incluso lo que sabemos incierto. La pérdida de la espontaneidad es un proceso evolutivo cuyas etapas vamos consumiendo desde niños, conforme se asienta en nosotros la convicción de que la sinceridad no siempre es posible ni conveniente porque puede causar perjuicios al receptor de la comunicación, o al propio emisor.
Hay mentiras socialmente más positivas que ciertas verdades incontestables: son muchas las situaciones en que una mentira sabiamente trasmitida genera un efecto beneficioso, o cuando menos paliativo, como para que establezcamos categorías morales radicales sobre esta aparente dicotomía ética: verdad-mentira. Si a esto unimos que todos, antes o después, mentimos u ocultamos verdades relevantes, quizá convendría desdramatizar el hecho de la mentira para poder así abordarlo con más sensatez y sentido de la medida.

La intención cuenta, y mucho

Según el diccionario mentir es “decir algo que no es verdad con intención de engañar”. Y si buscamos una definición más académica, nos topamos con “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, cree o piensa”. Así que quien engaña o confunde sin ser consciente de hacerlo, no miente: simplemente trasmite a los demás su propia equivocación.

La relación que cada persona mantiene con la mentira -además de decir mucho de ella-, es bien distinta a la de los demás. Hay quienes sólo recurren a la mentira cuando es compasiva, o cuando les proporciona resultados positivos sin generar engaño importante o si se trata de un asunto banal. Y también los hay que mienten a menudo, casi por costumbre y sólo en temas poco relevantes. Pero no podemos olvidar a quienes mienten esporádicamente pero a conciencia, generando daño a los demás o persiguiendo beneficios personales. Y también los hay que mienten, o callan verdades necesarias, por timidez, por vergüenza o por falta de carácter.

Por último, citemos a los mentirosos patológicos, que mienten con una facilidad pasmosa, ya sea por conveniencia ya por una absoluta y cínica falta de respeto a la verdad.

¿Por qué mentimos?

Algunas personas no mienten nunca (o casi nunca) por razones bien distintas de la ética: por miedo a ser descubiertos, por pereza (no hay que recordar los detalles de la mentira en el futuro), por orgullo (“¿cómo voy a caer yo tan bajo?”)... Pero, si lo pensamos bien, razones bien similares son las que pueden impulsarnos a mentir u omitir, en determinadas circunstancias, lo que pensamos o sabemos. Porque verdades como puños muy inoportunas, o que ofenden o incordian. Tan importante como el hecho de mentir o decir la verdad es la intención con que se hace una u otra cosa. Y he ahí el verdadero dilema moral. Una mentira que a nadie daña o incluso reporta beneficio a su destinatario puede ser más defendible que una verdad que causa dolor innecesariamente. Mentimos por muchas razones: por conveniencia, odio, compasión, envidia, egoísmo, o por necesidad, o como defensa ante una agresión... pero dejando al margen su origen o motivación, no todas las mentiras son iguales. Las menos convenientes para nuestra psique son las mentiras en que incurrimos para no responsabilizarnos de las consecuencias de nuestros actos. Y las menos admisibles son las que hacen daño, las que equivocan y las que pueden conducir a que el receptor adopte decisiones que le perjudican. Concluyamos, por tanto, que los dos parámetros esenciales para medir la gravedad de la mentira son la intención que la impulsa y el efecto que causa.

Ocultar y falsear

Quien oculta la verdad retiene parte de una información que para el interlocutor puede ser interesante pero, en sentido estricto, no falta a la verdad. Sin embargo, quien falsea la realidad da un paso más, al emitir una información falsa con etiqueta de real. Resulta más fácil mentir por omisión (no se necesita urdir historias inciertas, y hay menos posibilidades de ser descubierto) y socialmente este tipo de engaño se tiene por menos censurable, a pesar de que puede resultar tanto o más dañino e inmoral que la mentira activa. Se recurre asimismo al falseamiento cuando se ocultan emociones o sentimientos que aportan información relevante al interlocutor, en la medida que pueden inducirle a error de interpretación o a iniciar acciones inadecuadas.

También podemos mentirnos a nosotros mismos, por evitar asumir alguna responsabilidad, o por temor a encarar una situación problemática, o por la dificultad que no supone reconocer un sentimiento o emoción. Invariablemente, antes o después, este autoengaño nos lleva a mentir a los demás.

Otras formas de mentir son las “verdades a medias” (el mentiroso niega parte de la verdad o sólo informa de parte de ella) y las “verdades retorcidas”, en las que se dice la verdad pero de un modo tan exagerado o irónico que el interlocutor, casi ridiculizado, la toma por no cierta.

La mentira tiene sus clases

La mentira racional persigue un interés concreto, es malévola y se emite con al intención de perjudicar o engañar. En la mentira emocional, lo que se dice o hace no concuerda con la situación emocional de la persona. Y en la mentira conductual hacemos creer que somos lo que no somos: más jóvenes, mejor informados, menos anticuados... Pero hay también otras clases de mentiras: chismes, rumores y las mentiras piadosas: El mentiroso no tiene edad y la mentira puede darse en todo el ciclo de vida. Veamos lo que apunta De Vries:”El niño es mentiroso en la medida en que sus fantasías se hacen presentes para confundirlas con realidades. El adolescente lo es cuando su encuentro con el mundo real le causa frustraciones. El joven miente porque no se ve capaz de afrontar las verdades que le contrarían. El adulto es mentiroso cuando no ha superado los obstáculos que le ha puesto la vida, y engaña para sentirse el triunfador que nunca ha sido. Y el anciano miente cuando no se perdona los errores que ha cometido a lo largo de su existencia”.

Nuestra relación con la mentira (con qué frecuencia mentimos y qué gravedad tienen esas mentiras) la podemos ver como un baremo que mide nuestro grado de responsabilidad y madurez, cómo afrontamos las frustraciones, y si mostramos una coherencia en las actitudes y comportamientos en nuestra vida.

Mentira y confianza

El cimiento sobre el que se edifican las relaciones humanas es la confianza. La relación entre los seres humanos no precisaría de la confianza si fuéramos transparentes, pero no lo somos: el descubrimiento absoluto de nuestra intimidad, al contener propósitos e intenciones que podrían torpedear el diálogo, frenaría la relación social. Recurrimos, todos, a un protocolo de comunicación, y el fingimiento, el disimulo y la mentira son -aunque cueste reconocerlo- componentes esenciales de ese convenio. No somos igual de sinceros ante unos que ante otros, esto es obvio. Todos mostramos un cierto grado de opacidad ante los demás. Y no siempre más sinceridad genera una mayor confianza. La información es poder: saberlo todo sobre alguien equivale a una forma de posesión. Y en cierto sentido, la hondura de la amistad o del amor se miden por el grado de conocimiento recíproco de la intimidad, y por la confianza existente entre los interlocutores. La confianza es una actitud básica, porque preside la totalidad de las interacciones. La necesitamos, pero la usamos en las dosis que, según nuestro criterio, cada caso precisa. En el momento que surge la comunicación con otra persona hemos de depositar en ella cierto grado de confianza, que es el termómetro de la implicación y vinculación que mantenemos con esa persona. Apostar por la confianza del otro es considerarle de fiar.

Fiarse de alguien significa creer que las probabilidades de ser engañado son muy escasas o inexistentes. Si queremos ser creíbles, gozar de la confianza ajena, tendremos que olvidar el engaño, la mentira. El crédito que tenemos ante los demás es un tesoro frágil y no perenne, ya que se actualiza y revisa en cada acción, en cada diálogo, que acaban convirtiéndose en una constante prueba de confianza. Es responsabilidad de cada uno de nosotros relacionarnos desde la verdad, lo que no implica el ofrecimiento de toda la intimidad. Cada cual y en cada momento ha de valorar qué y cuánto de su intimidad quiere participar al otro.

La mentira puede hacer daño al destinatario pero en última instancia a quien más perjudica es al mentiroso, ya que le convierte en una persona poco fiable, indigna de confianza y carente de crédito. Lo dice el refrán: “En la persona mentirosa, la verdad se vuelve dudosa”.

Algunas verdades sobre la mentira
Hay muchas clases de mentira:

· Sin intención de engañar, no hay mentira.
· La intención que la motiva y los efectos que causa definen la gravedad de una mentira.
· La mentira es tan dañina para quien la recibe como para quien recurre a ella.
· Una nos lleva a otra, y puede marcar (siempre negativamente) nuestra manera de relacionarnos con los demás.
· El mentiroso es un inseguro, o egoísta, o irresponsable, o inmaduro. O todo ello a la vez.
· Una de las más perniciosas clases de mentira es el autoengaño. Si nos creemos y mostramos como no somos, nunca sabremos si nos quieren o desprecian a nosotros o a la imagen fraudulenta que nos hemos fabricado.

martes, octubre 11, 2016

¿Por qué cada vez hay más solteras?

¿Por qué cada vez hay más solteras?
La mayoría de mujeres de hoy no están dispuestas a casarse con cualquiera. Y es por eso que cada día son más las que no encajan en el rol de la esposa tradicional que cantidad de hombres anhelan.
Un estudio realizado por varias universidades inglesas que fue publicado por el diario británico Sunday Times, afirma que “cuanto más inteligente es una mujer más le cuesta casarse”. La investigación abarcó a 900 hombres y mujeres que primero fueron entrevistados cuando tenían 11 años y se les hizo un seguimiento para saber qué fue de sus vidas 40 años después. Según los resultados, las mujeres tienen un 40% menos de posibilidades de contraer matrimonio si son exitosas. Esto enmarca a las que siguen estudios universitarios y de posgrado. En tanto, la ecuación para los hombres sería a la inversa. Cuánto más preparados están y mayor coeficiente intelectual tienen, ganan un 35% de posibilidades para decir “sí, quiero”.
Esto no es tema nuevo. Ya en los años 90, en su libro “El temor al compromiso”, los psicólogos estadounidenses Steven Carter y Julia Sokol afirmaban que la gamofobia, o fobia al matrimonio, lejos de ser un problema exclusivamente masculino, también afectaba a muchas mujeres. “El matrimonio dejó de ser la meta y la condición fundamental para ser alguien en la vida. Ahora las mujeres tienen sus empleos, sus profesiones y grandes posibilidades de progresar en sus carreras. Así, la mayoría tiene miedo de quedar encerradas en una relación tradicional y poco feliz”, acotan los especialistas.
No obstante, el área profesional es tan solo una de las cuales por las que las que hay mucho más mujeres solteras en la actualidad. Precisamente, analizar por qué las mujeres actuales, sin importar la nacionalidad, siguen solas, a edades en las que en tiempos de mi abuelita, ya tenían hasta nietos y/o varios hijos, ha sido la tarea a la que se dio Seis Grados, agencia líder en la realización de Encuentros Inteligentes entre solteros. Las sicólogas de esta empresa afirman que además de que evidentemente las mujeres se han dado cuenta de que no necesitan a un hombre para ser independientes y exitosas. En el momento que la mujer se enrola en la búsqueda de su éxito profesional, sus requisitos o expectativas para el tipo de hombre que quiere a su lado aumentan y ya no se conforma tan fácilmente.
“Esto provoca que el éxito profesional sea otra de las causas, ya que se da justamente cuando las mujeres deciden sacrificar la vida social por la búsqueda del éxito profesional, lo que conlleva a interminables horas de trabajo para obtener el reconocimiento social y económico, y durante varios años su ritmo de trabajo es salir de la casa muy temprano y regresar muy tarde; en fines de semana hacen lo que no tuvieron tiempo de hacer durante la semana como ir al súper, a la tintorería, hacer limpieza en casa o descansar, lo que no les deja tiempo para socializar”, sostiene Selene Berrecil de Seis Grados.
Otra de las causas de tener cada vez más solteras en el mundo, es que la estadística señala que 35% de los matrimonios duran menos de 5 años. Las causas de que esto suceda son muchas, pero entre las más comunes es la poca tolerancia y la falta de paciencia en la pareja. A esto sumémosle que las personas no le dedican el tiempo suficiente a su relación y no llegan a conocerse adecuadamente antes de formalizar.
Cabe acotar que en países como Estados Unidos, más del 50% de los adultos no están casados, y Emiratos Árabes Unidos donde el 60% de las mujeres mayores de 30 años no han contraído matrimonio, los hogares unipersonales van en aumento.
México no se queda atrás. Actualmente habitan en territorio mexicano 20 millones de solteros, cifra que aumentó del 2000 al 2010 en un 97% según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
El psicólogo argentino Francisco Isura comenta: “Se observa en las personas una tendencia al individualismo al tiempo que se pierde de vista al otro, hay como un desencuentro, una desconexión con el prójimo. Los nuevos valores como la levedad y la eterna juventud son comunes, hay una negación del paso del tiempo, de lo histórico, de los procesos, y esto se presenta con gran frecuencia. Todo es ‘cool’, ‘soft’ o ‘light’”. La búsqueda del éxito y la inmediatez son para muchas personas los objetivos a alcanzar en una cultura utilitarista. Es decir que eres alguien en la medida en que puedas dar algo. Creo que con valores efímeros no se pueden construir proyectos a largo plazo. Cuando una relación no se produce luego de varios intentos a lo largo de un tiempo, o ésta se presenta con total precariedad, emerge un sentimiento de desesperanza, hay una pérdida de expectativas, irrumpe el miedo a relacionarse y a que todo deje de ser fantástico de un momento a otro. Esto lleva a un aislamiento porque hay mucho miedo al encuentro con el otro, ya que enfrenta sus miserias con las de uno”.
Y es que en muchos casos, las razones anteriormente citadas y el estudio publicado en el diario Sunday Times de Londres, pueden ser el verdadero motivo del porqué las mujeres eligen seguir siendo solteras pero también, les aseguro, que el tener un rol muy activo de la mujer en el campo profesional (que lo mismo puede suceder con los hombres, aclaro) puede ser su escape, tanto como para otras personas lo son el deporte, el sexo, el alcohol, el juego, las drogas, el tabaco y demás adicciones. Una negación a casarse porque eso implicar un compromiso y además enfrentarse a sí mismos y al convivio con otra persona, dejar su zona de confort o evitar confrontar alguna situación.
Lo que quiero decir con esto es que son mujeres (y hombres -porque esto es válido para todos), que en su niñez, su adolescencia o etapa más adulta, resultaron marcados -por no decir traumados- por alguna situación o persona, inconscientemente o de manera consciente y entonces rehúyen a casarse.
El haber sufrido un desengaño, haber experimentado una ruptura emocional o haber vivido una experiencia en un hogar inestable y complicado, hace que muchas personas asocien que si dieran el “sí quiero”, eso les sucederá a ellos. También, puede que sientan que van a perder todo lo que han avanzado, sus años de universidad, de carrera, de servicio profesional y que lo invertido para llegar hasta donde han llegado económica y socialmente no vale la pena. Lo cierto es que en la vida debe haber un equilibrio, un balance, y no podemos afanarnos tanto un lado (el profesional) como al otro (el sentimental).
Cada cabeza es un mundo y hasta aunque existe una sociedad más individualista, con mayores opciones para elegir un estilo de vida que no necesariamente es el de casarse y tener hijos, si hurgamos en el fondo de la mayoría de solteras, nos daremos cuenta que hay una razón de por medio por el cual no han querido realizar quizás uno de los principales sueños que en secreto acarician. Porque de que lo acarician, aunque lo nieguen, lo acarician.
Además de las causas que anteriormente mencioné, en sesiones de coaching con parejas, me he convencido de que las mujeres, algunas, se dedican más a lo profesional pues en la actualidad asocian al matrimonio con algo pasajero, hasta descartable. De hecho, si somos realistas, antes, divorciarse era un trámite emocional, religioso y legal ahora existen hasta los divorcios exprés.
La gente no tiene tolerancia y ante el menor problema evaden, salen corriendo buscando una salida rápida y fácil. No tienen la menor disposición para enfrentar las situaciones, luchar y salir adelante. En algunos casos, hasta buscan reemplazo. Pareciera como si se compraran una prenda y cuando ésta pierde el color, se estira o se encoge, entonces ya es momento de dejarla de usar o cambiarla por una más de temporada y eso, señores, es uno de los grandes temores de las mujeres para dar un sí ante el altar.
Una persona con temor al compromiso debe tomar consciencia de ese temor, porque les aseguro que son personas que comienzan algo y nunca lo terminan o bien no dan el cien por ciento en nada y menos en el compromiso con una relación. Por eso se hace necesario conocer el historia personal y tener en cuenta las malas experiencias amorosas o fallidas para empezar a trabajar el camino hacia vaciarse de toda la basura que ha acumulado y que está en contra de su realización personal.
En el artículo “Atreverse a amar” del diario Los Andes, el psicólogo argentino Francisco Isura afirma: “Si uno quisiera enriquecer el mundo interior, el de los sentimientos, una de las propuestas es revisar los afectos personales, saber con qué uno cuenta y a partir de ahí predisponerse, pero me parece importantísimo revisar el por qué de la poca tolerancia a enfrentar frustraciones o cambios en pos de una vida afectiva con otro ser. Hay muy poca tolerancia y en la primera de cambio se rompe el vínculo ya sea reciente o de larga data. La imposibilidad de relacionarnos afectivamente en armonía y plenitud está arrojando consecuencias muy dañinas, así cada vez hay más consultas al analista, adicciones y suicidios, la sensación de tristeza tarde o temprano llega. De todos modos no se puede generalizar en cuestiones tan personales como la que nos ocupa. Hay quien resuelve su soltería prolongada de manera sana, llenando tiempo, espacio y afectos con amistades, satisfacción profesional o participación social activa. Imaginemos que no todas las personas viven en compañía de una pareja y sin embargo alcanzan una gran paz interior y por qué no una envidiable versión de la felicidad”.
Así que si usted es mujer y por qué no, también atañe a los hombres, y se identifica con las causas anteriormente del porqué está soltera, revise si en realidad es por eso que no ha llegado al altar. Lo cual es muy respetable. Revise si de corazón es una decisión que le trae satisfacción o si más bien, está tratando de usar el factor trabajo como pretexto ante algo que le ha marcado. En este caso, busque ayuda, supérelo y dispóngase a abrazar el amor, cuando en el camino Dios le ponga a la persona que creó para usted.
Como dice el psicólogo estadounidense Rüdiger Dahlke en su libro “Las etapas críticas de la vida”: “Cuanto menos se hayan superado las crisis precedentes de la vida, tanto mayores son las hipotecas que se llevan al matrimonio”.
Conviene analizar, hurgar, revisar, sanar y dejar de tratar de llenar ese espacio vacío de una vida en pareja, con logros profesionales, éxito y bienes materiales.
Y recuerda: ¡a sonreír, agradecer y abrazar tu vida!

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